viernes, 15 de noviembre de 2013

Llueve.

Llueve, y la jodida tormenta me pilla sin paraguas, como tú.
Te asemejas a la lluvia, me calas el cuerpo, y el sentido. Creo, la memoria nunca fue mi punto fuerte, y para colmo tú haces que mi mente se nuble.
Ya se me ha olvidado cómo era, el caso es que pareces en mi mente, y creo que es por eso que imagino un erotismo sin sentido en los días de lluvia.
Y tal vez sea por eso que ya se me sea imposible llegar calada a ningún lado sin recordar el sabor a ti, el olor a ti.
Y sin pensar en tu cama.
Qué de motivos tengo para que termines en la mía.
Qué de razones demostradas, que van desde el frío de mis sábanas sin tu aliento, la compañía de mis dedos rodeados por tus manos, las sequías de mis labios justo antes de besarte, el despertar de mi soñar despierta para observarte en la realidad, o las turbulencias de mi cadera; van desde todo esto, hasta el hecho de tener entumecidas las piernas de mantenerme en pie cuando, cada vez que me rozas, se vuelven extremadamente torpes, pero siguen sin dejarme tropezarte.

Con la de tiempo que hacía que se perdieron en mi vida los ‘hasta mañana’, los ‘después’ y los ‘hasta luego’. Con la de tiempo que hace que olvidé cómo me sentaban los besos
y todo eso de que mi revolución me la provoca un hombre, mi hombre.
Cómo echaba de menos una sensación que nunca antes había sentido, pero que millones de veces había imaginado.

Todo esto me marea;
necesito consultarlo con tu almohada.

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