lunes, 29 de septiembre de 2014

Deberías verla.

Odiaba la lluvia hasta que se vio en un charco,
entonces sucedió que hubo nubes
enamoradas de sus ojos
y una fuga de paraguas
en el pecho.
Hoy si quiero algún relámpago
me acuerdo de ella.

Es como pretender hablar del Sol,
tomando como ejemplo una bombilla.
Como si en un triste charco de lunes,
quisiéramos plasmar toda la lluvia.

Deberías verla,
caminar como si en su reloj
siempre fueran menos cinco.

Deberías verla, en serio,
llorar por la muerte de un oso en el ártico,
hacer de Sevilla mil colores,
robarme la almohada cuando estoy dormida,
volver a la infancia en un solo trueno
y que un abrazo le baste
para espantar a los monstruos.


Deberías verla,
aunque eso conlleve que después
ya no puedas olvidarla.


lunes, 22 de septiembre de 2014

El tiempo. Todo. Locura

Se me acurrucó su te quiero en el pecho
y ahora siempre duermo boca arriba.
Yo cuento ovejitas
y él me cuenta los lunares.
No encuentro mejor forma de conciliar el sueño.

Supe que era feliz,
cuando aprendí a desear con todas mis fuerzas
lo que ya tenía.

Para siempre es el tiempo que hemos decidido querernos.
Él me quiere como si el amor fuera a terminarse,
mientras que yo como si el amor no supiera de finales.
Siempre será del tipo de hombre que no tendrá clasificación.
Y le quiero a él,
porque me mostró el cielo sin despegarme del suelo.

Con él soy tan feliz
que no necesito parecerlo.


sábado, 13 de septiembre de 2014

No sé si los explico.

El erotismo
de una conversación inteligente
llena de indirectas e insinuaciones
que sabes que acabará en sexo
sólo si seduces
su mente.

Así hablaban ellos.

No le escribía letras,
sino lágrimas.
Le lloró poemas enteros
y él le limpió las mejillas con indiferencia.

Ella era música,
tenía rock&roll en las caderas,
un blues melancólico en los ojos
y la nobleza de un vals
en la forma de soltarse el pelo.

Y él, el muy descarado,
tenía en la mirada todas las infracciones posibles.
Juro que le acabaron encerrando en sus ojos.

Ella que sin saber de viajes, de kilómetros,
fue a enamorarse de un hombre cometa.
Fugaz y efímero.
Lo que pasa es que él tiene todo lo que a ella le hace falta para ser poeta.
Fueron poesía.

No sé si los explico.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Ni viernes ni voy.

Llegaron al bar de las palabras.
"Una tapa, por favor".
El camarero le sirvió esta vez una estrofa de Cortázar.
Era su antro preferido.

Sonaba <contigo>, de Sabina.
En esa canción se perdió él
y fue justo cuando se encontraron.
Juntos perdieron las formas
y encontraron el ritmo.

Consiguió que ella se enamorara
de sí misma,
y luego de él.

Pero un día despertó
y ella era adulta,
y desde entonces vivía preguntándose qué sería cuando fuera niña.

Tenían memoria fotográfica.
Pero ella desnuda
no era fotogénica.

Él cada noche conspiraba con la Luna
para cumplir todo lo que ella soñaba.
Pero cada vez que aparecía el Sol,
le desmantelaba todos los planes.

Todas las semanas eran igual.
“Me dices que viernes.
Y al final nada.
Ni viernes ni voy.” Decía ella.

Bebían para olvidarse.
Pero cada uno seguía siendo la resaca del otro.
Y en el fondo de la botella tampoco estaba ella.

Cada vez que recordaba por qué alguna vez la quiso,
volvía a quererla de nuevo.

La locura se sumó a la depresión
y Van Gogh nunca más sonrió de oreja a oreja.

Y convencidos de que el amor es ciego,
pactaron jamás volver a verse.