sábado, 19 de enero de 2013


A base de humo y whisky, a base de besos de otros tan faltos de calor y poesía como yo. Me dediqué a los simulacros de romanticismo de una noche y despedida en el trayecto de puertas a ascensores ajenos. Me creí el tópico que ya nadie espera escuchar de puro repetido: Me ha encantado conocerte, quédate otra noche a dormir, llámame...

Quédate.


Quédate en otoño.
Protégeme de nada.
Pide postre para dos.
Viaja conmigo para no salir de la habitación.

Salvajemente enajenados.


Tiene que ser algo comparable a las despedidas de película que tenemos,  algo así como mis rodillas en tu cadera, similar a tus dientes atrayendo tiernamente mi labio inferior, equiparable a las milésimas de segundo que tardas en girarme del brazo para apretarme contra tu caja torácica y besarme sin posibilidad de escape.
Salvajemente enajenados.