sábado, 30 de noviembre de 2013

Tercera calada.

El ruido de sus pasos sonó a la vez que el mechero, que sostenía con una mano y resguardaba con la otra, por una vez le gustaría que algo en su vida no se apagase por el frío. Y pensar que su llama se había consumido hace mucho tiempo, y nadie la había resguardado, qué ironía.
Era morena, con las mismas ondulaciones en el pelo que en su vida. Su tez era tan oscura como el fuego que ella solía desear.
Estaba sola en aquel gran lugar. Le dio una calada y soltó el aire con placer. Bien sabía ya ella que su vacío no podría llenarlo aquel humo.
Más de una vez le repitieron que se estaba matando, y ella sólo sabía pensar que quizás es lo que realmente quería. Otra calada, los problemas cada vez son más pequeños. La soledad y la locura se apoderaban de ella. Llevaba un vestido amarillo, y una gigante chaqueta de cuero negra que le devolvía el frío que él le provocó.
Cada día que pasaba, el otoño se enfriaba y se acercaba su queridísimo invierno.
Se acercó a un columpio que no sabía ni cómo, estaba justo a sobre sus pies. No recordaba cómo había llegado hasta allí, pero tampoco tenía intención de aprender cómo iba a volver. ¿A caso iba a hacerlo? Se sentó y con dos suaves patadas al suelo, el columpio empezó a moverse poco a poco, y ella, tan sólo pendiente de que el cigarrillo que sujetaba con desesperación no se cayese, esbozó una sonrisa. Cuanto más alto se columpiaba, más sentía el frío en las piernas, y en el dolor. Pero le gustaba sentirse libre, es una sensación que poca gente podía experimentar en un mundo como ése.

Pero llegó un punto, justo cuando alcanzó su máxima altura, su máxima libertad, que se dio cuenta de que era esclava de ella misma.
Se cayó del columpio y se empezó a reír.
Cogió otro cigarro, y esta vez el viento le dio una tregua permitiendo por una vez que algo en su vida no se apagase, y echó a llorar. Primera calada, echó el humo con rabia. Segunda calada, ¿dónde estaba su locura? Ya debería haber aparecido. Tercera calada, esta vez los problemas no se iban. Tendrá que enfrentarse a ellos. “¿Sola?·” Pensó mientras sacaba otro cigarro.
¿Y qué le quedaba? Tan sólo aquellos malditos cigarros que la alejaban de la vida y la fría y negra chaqueta de cuero que él se dejó aquel día en su casa.

jueves, 28 de noviembre de 2013

¿Sabes? Señalar mis defectos no va a disminuir los tuyos...

Me he dado cuenta que son las personas acomplejadas las que señalan a otras, sin darse cuenta de que cuando señalas a alguien, tus otros tres dedos te apuntan a ti.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Sólo diré que odio la ensalada...

Cámbiame por dos pesetas, por el balón del mundial de Sudáfrica, por las piernas de Iniesta, por el cerebro de Bill Gates. Cámbiame por un pecho bonito, por una bella sonrisa, por unos ojos azules, por una chica bohemia. Cámbiame por París, por un paseo por el Guadalquivir, por una noche en Barcelona, por un rato con el ignorado amor de tu vida, por una tarde en Venecia, por un poeta, por una letra, por un rayo caído en la arena. Cámbiame por un verso, por un bosque, por un zumo de naranja, por un león que se convertirá en rey, por el pan sin su ‘Peter’, por el ciego de el lazarillo, o por cuatro camellos. Cámbiame por una buena mermelada, por un solomillo al whisky, por (otra) una egoísta, por una noche en vela, por un cielo repleto de estrellas, por un villano, por un héroe, podría incluso soportar que me cambiases por una rubia... pero, por favor, no me cambies nunca por un plato de ensalada ...

domingo, 17 de noviembre de 2013

Luis Cernuda (fragmento 'Si el hombre pudiera decir lo que ama')

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;

alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina

por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.


sábado, 16 de noviembre de 2013

¿A caso no existo ya?

He bailado con la lluvia bajo la nostalgia, incluso hice truco pero sin la ‘magia’. 
El sonido de mi respiración era la canción más bonita del aire cuando no podía oír más que mi silencio ahogado en todo ese tiempo perdido.
Me han soñado mis sueños a mí, contigo, y los he tenido que despertar yo.
He hecho corazones nuevos, en vez del amor.
Te he inventado arte para que lo estrenaras en mi cama, y dime, ¿no es a caso amor escribir con un nombre permanente en la cabeza?
He estado dispuesta a apostar por personas, que quizás no lo merecieran, las puestas de la gloria más bonita de mi universo inexistente.
He volado sin necesitar tus alas, y he caído de bruces contra el suelo sin motivo ninguno.
He reído tan sólo para hacer creer a la gente que estaba feliz. He sido feliz.

¿No te existo ni un poco, amor?

¿A caso no es amor siendo esto lo más parecido a ti que nadie pueda escribirte?
Y dime si no es hermoso que si te vas tenga que recordar tu forma de hacerme el amor para contarles a ellos como deben de imitarte.

Como deben hacerme feliz.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Llueve.

Llueve, y la jodida tormenta me pilla sin paraguas, como tú.
Te asemejas a la lluvia, me calas el cuerpo, y el sentido. Creo, la memoria nunca fue mi punto fuerte, y para colmo tú haces que mi mente se nuble.
Ya se me ha olvidado cómo era, el caso es que pareces en mi mente, y creo que es por eso que imagino un erotismo sin sentido en los días de lluvia.
Y tal vez sea por eso que ya se me sea imposible llegar calada a ningún lado sin recordar el sabor a ti, el olor a ti.
Y sin pensar en tu cama.
Qué de motivos tengo para que termines en la mía.
Qué de razones demostradas, que van desde el frío de mis sábanas sin tu aliento, la compañía de mis dedos rodeados por tus manos, las sequías de mis labios justo antes de besarte, el despertar de mi soñar despierta para observarte en la realidad, o las turbulencias de mi cadera; van desde todo esto, hasta el hecho de tener entumecidas las piernas de mantenerme en pie cuando, cada vez que me rozas, se vuelven extremadamente torpes, pero siguen sin dejarme tropezarte.

Con la de tiempo que hacía que se perdieron en mi vida los ‘hasta mañana’, los ‘después’ y los ‘hasta luego’. Con la de tiempo que hace que olvidé cómo me sentaban los besos
y todo eso de que mi revolución me la provoca un hombre, mi hombre.
Cómo echaba de menos una sensación que nunca antes había sentido, pero que millones de veces había imaginado.

Todo esto me marea;
necesito consultarlo con tu almohada.