miércoles, 17 de junio de 2015

─tengo el placer de ser la excepción─

Se ha vestido de niño y lleva el pelo despeinado sin saber hacerlo.
Sonríe a los desconocidos y evita a los que conoce.
No echa de menos porque disecciona nostalgias
─tengo el placer de ser la excepción─ 
y llora cuando se sorprende al buscarse perdido
y encontrarse feliz.

No tiene miedo a nada excepto a lo que no es él mismo
y dice odiar esos impulsos tan suyos que ama.
Se desespera tanto que acaba esperando lo que sabe que está por llegar,
pero no quiere oír hablar del porvenir
─si no es conmigo─.

Se descojona porque el sol le sigue haciendo guiñar los ojos
y abrirme las piernas
con la de noches que calza encima.
Fuma más de lo que debe,
y debería beber más para lo mucho que recuerda.
Llama "casa" a sus zapatos y vuela por las aceras.

El otro día lo vi lleno de gente,
pero andaba solo.
Le pregunté su nombre y me deletreó unas letras desordenadas.
Quise invitarle a un baile, y cuando parecía que iba a darme la mano,
desapareció.
Al darse la vuelta, observé que llevaba un noviembre tatuado en la espalda
y en el vuelo de la risa una  historia de número impar.
Sólo pude pensar que no cree en la mala suerte.
Quise preguntarle, pero entonces comprendí.

¿Quién cree en la suerte cuando cree en sí mismo?




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