martes, 1 de diciembre de 2015

La historia de un hombre que caminó vestido de blanco.




Vestido de blanco recorrió las calles de Maracay.
No quiso ser un ángel pero sí volar libre.

A la memoria le venían los años
de discursos silenciados, de gritos esparcidos;
de injustas causas y denigrantes consecuencias.
A cada paso que daba sus pisadas dejaban más huella
No importaba ya nada,  era la dignidad la que caminaba.

Fue acorralado en una emboscada de truhanes
que hablaron con las palabras de la ignominia
e hicieron la fiesta de Sodoma y Gomorra a su nombre.
Y entre contradicciones y hechos inexactos,
celebraron el inejecutable fallo.

Ahora entre cuatro paredes reza el ateo a su familia.
Observa la sonrisa forzada de la foto y se obliga a soñar en un atisbo de esperanza.

Vio a su padre domar el llanto con la dignidad y a su hija pedirle quédate;
no vuelvas a exigirle que se ahogue en silencio.

En un discurso que acurruca al miedo,
pudo oír las ansias de libertad.
Sintió el sudor de cada mano que apretaba los puños
para sellar los labios.

Miró a los ojos de su hija y suspiró.
El hombre vestido de blanco susurró:
-No me quedaré, amor. Pero te ofreceré un mundo mejor.

Y conteniéndose las lágrimas gritó:
¡gerifaltes a la distancia!

Los que acotaron el aire debieron llorar también;
pues nunca se oyó llanto más agrio
que el de una niña que lo ha perdido todo
sin haber ganado nunca nada.

Se dice por las calles que varios susurraron:
Martí,  libertario.



No habrá noches que compensen
la distancia con sus hijos,

ni bandera que abrigue
los cuerpos de los mártires.
No habrá venganza… ¡pero si justicia!





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